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Jonathan Mayhew argumenta que el análisis de la poesía no es ya una disciplina muy popular o recurrida en los medios académicos actuales, sobre todo en los dedicados a los estudios culturales, al considerársele un género elitista que tiene, además, un público reducido. La poesía que en el presente más llama la atención en esos círculos es aquella que reclama una posición ideológica clara, o la que versa sobre asuntos sociales. Se obvia por muchos estudiosos, entonces, un gran corpus de creación lírica que en apariencia no pretende en sí misma atender a o contextualizarse en su momento histórico, sino abstraerse de él. Una manera de sortear el impasse, arguye Mayhew, es enfocarse en la lírica no a través del vínculo temático, sino como expresión de ‘estructuras de sentimiento’, un concepto que toma de Raymond Williams. Así se examina la poesía como un reflejo de la sensibilidad individual, definida en su propio contexto cultural, y justificada por éste. “In so doing, we can see the historical relevance of poetry, even when it is seemingly disengaged from historical currents” (Mayhew, «Adolescence» 126).
La poesía escrita por mujeres, durante la Transición y en sus linderos temporales, is “one of the most significant literary developments of the period” (Mayhew, «Adolescence» 110). Él se concentra en dos poemarios, Baladas del dulce Jim, de Ana María Moix (1969), y De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagal, de Blanca Andreu (1981). El primero aparece motivadopor una nueva sensibilidad a finales de la década del 60, luego llevada a su fruición durante la Transición, pero ya relevante en el franquismo tardío, caracterizada por una orientación política de izquierda, una actitud desdeñosa y mordaz hacia el poder o las instituciones, y un jovial espíritu proeuropeísta. Como escribe Mayhew, el elemento común en los poemas de Moix es su sensibilidad punzante y algo insolente («Adolescence» 133). La suya en las Baladas es una poesía en prosa “cortante y juguetona, con esa libertad expresiva y paralelística propias de lo poético, predominando la función emotiva del lenguaje” (Ortega), donde la seriedad de Moix se esconde detrás de una frivolidad engañosa (Mayhew, «Adolescence» 133). Demuestra poseer una comprensión histórica sofisticada de su propio lugar en la España franquista, a la vez que audacia en su cuestionamiento de la sociedad de su tiempo.
Existe un paralelismo entre las sensibilidades de Moix y de Andreu, explica Mayhew. Los poemas de Blanca Andreu retoman la sensibilidad posmoderna que los novísimos habían anunciado en la famosa antología de Castellet, en 1970. Ciertos elementos comunes con Moix refuerzan la percepción de compartir, hasta cierto punto –separados sus libros como están por unos doce años– una análoga ‘estructura de sentimiento’: la postura ideológica de la adolescente, el uso de técnicas disociativas características de la vanguardia, y la formación de una subjetividad individual por recurso de la identificación ‘mágica’ con referentes icónicos culturales (Mayhew, «Adolescence» 133-4). Falta la ironía y el cosmopolitanismo de Moix, empero, como si la Transición, en 1981 tal vez en su apogeo y en su agonía concurrentes, no coadyuvara a tal liviandad. Habría hacia el comienzo de los 80 en el ambiente una tendencia a ‘normalizar’ el ejercicio poético, tal y como la Transición aspiraba a componer el país después de la dictadura. “Hence, the role [it] envisions por the poet is that of a well-adjusted citizen spaeking to similary situated subjects” (Mayhew, Twilight 35).
Moix y Andreu son importantes voceros y precursoras de sus respectivas épocas, así y todo que sus paradigmas hayan sido efímeros, al evolucionar la poesía escrita en España en las décadas del 70 y del 80 por otros derroteros. Pero esa transitoriedad ilumina también no sólo sus personalidades literarias, sino también el medio histórico, cultural y social que las produce.
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