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Wednesday, January 16, 2019

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En las décadas de los cincuenta y sesenta empieza el fervor lorquiano de verdad en Los Estados Unidos, con el descubrimiento de Lorca por parte de los jóvenes poetas de vanguardia, entre ellosAllen Ginsberg, Jack Spicer, Kenneth Koch, Frank O’Hara, Leroi Jones (Amiri Baraka), Robert Duncan, Denise Levertov, Paul Blackburn y Bob Kaufman.Son los poetas que se dan a conocer circa1957 y que entrarían luego en la antología The New American Poetryen 1960, editado por Don Allen. Poetas de varias escuelas y geografías—NewYork School, Black Mountain Poets, Beats, San Francisco Renaissance—comparten un fuerte interés por la obra y la figura de Federico García Lorca.     
Otra traducción de Poeta en Nueva York, la de Ben Belitt, sale en Grove Press en 1955, con una introducción de Ángel del Río. En el mismo año se publica una selección de sus poemas en New Directions, editado por Donald Allen, en que se seleccionan traducciones de varias manos, la mayoría de ellos conocidos poetas ingleses y norteamericanos de la época, como Stephen Spender o W.S. Merwin. New Directions, la editorial fundada por James Laughlin, se dedica sobre todo a la poesía moderna en la tradición de Pound y Williams. Por otra parte, Grove Press, la editorial que publica la traducción de Belitt, publica también las obras de Samuel Beckett y otros escritores de vanguardia, incluyendo las novelas de Jack Kerouac. No es casualidad que Don Allen, el editor de la poesía escogida de Lorca en New Directions, edita también The New American Poetryen Grove Press cinco años más tarde. Federico García Lorca, entonces, se encuentra justamente en el centro del mundo literario y editorial de esta época. Con la publicación de estos dos libros, se convierte en el poeta extranjero más celebrado entre los poetas de la vanguardia americana.
La traducción de Belitt, más difundida que la de Humphries, incluye a modo de apéndice una versión de la conferencia “Juego y teoría del duende.” Desde aquel momento el duende lorquiano se convierte en la metáfora central para interpretar el legado intelectual de Lorca para los poetas norteamericanos. Como explico en mi estudio Apocryphal Lorca, este concepto—tan abierto a interpretaciones simplistas—es la víctima de su propio éxito, alcanzando muy pronto la categoría de un cliché. No creo que este concepto juegue un papel tan fundamental en la recepción de Lorca en España, ni en el estudio académico. La traducción de Ben Belitt no es muy adecuada desde la perspectiva lingüística y poética, por cierto, pero sirve para fundar el mito de Lorca sobre suelo americano, ya que es el poemario de Lorca más leído entre los poetas mismos.
En España, en esta misma época, los jóvenes poetas como Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente y Claudio Rodríguez están más resistentes a la influencia de Lorca. Los poetas de esta época insisten en la influencia de Machado y Cernuda, rechazando cualquier influencia del autor de Romancero gitano. No se puede imitar a Lorca, piensan, sin caer en un lorquismode mal gusto. Hay que recordar que el aspecto vanguardista de la obra de Lorca como su llamado folklorismolo sitúan fuera de las corrientes principales de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX, desde la poesía social de la posguerra hasta la “tendencia dominante” de los años ochenta, la llamada “poesía de la experiencia,” que marca su distancia de las vanguardias históricas. Luis García Montero ha escrito de manera muy inteligente sobre Lorca, pero lo trata como una figura de una época pasada de la literatura española, no como una presencia viva. Solo algunos poetas novísimos son capaces de reivindicar al Lorca vanguardista. Por estas razones pienso que el teatro de Lorca es una presencia más viva en la España de la transición que su poesía lírica.  
Los poetas americanos, por su parte, buscan precisamente lo que Gil de Biedma o Claudio Rodríguez necesitan rechazar. Jerome Rothenberg, citando a Paul Blackburn, habla de una búsqueda del “duende americano.” En los años sesenta se forma la escuela de la “Deep Image.” Jerome Rothenberg y Robert Kelly son los primeros en utilizar esta etiqueta, pero luego pasaría a las manos de Robert Bly, tal vez el poeta-traductor de más peso en el mundo poético americano de los sesenta y setenta. Las traducciones de Bly son casi tan desastrosas como las de Belitt, pero es buen propagandista tanto Lorca, Aleixandre, Jiménez y Machado como para Neruda y Vallejo. Otros amigos de Bly, como James Wright, también traducen a poetas peninsulares e hispanoamericanos. El concepto de la “deep image” [imagen honda] es la búsqueda de una realidad psicológicamente profunda, como rechazo a las imágenes visuales—supuestamente superficiales—de Ezra Pound y William Carlos Williams. Esta reivindicación de la poesía hispánica es, a la vez, un rechazo del surrealismo francés (es decir, del surrealismo propiamente dicho) en favor del surrealismo en lengua castellana. La palabra deepes la traducción de la palabra jondo, del poemario lorquiano Poema del cante jondo.El Premio Nobel de Neruda, y luego de Vicente Aleixandre, en los años setenta, favorece la promulgación del concepto de un surrealismo hispánico, que no está muy distante de las ideas más populares sobre el realismo mágico de Gabriel García Márquez durante esta misma época. Yo mismo aprendí español en los años setenta ya ochenta para poder leer esta poesía en su versión original sin subtítulos. Antes de poder matizar mis opiniones con otras lecturas, pensé que la mejor poesía hispánica se encontraba en las Residenciasde Neruda, en La destrucción o el amory, desde luego, en Poeta en Nueva York. Tampoco es una equivocación completa; solo hago constatar que mi perspectiva juvenil fue condicionada por ciertas lentes culturales de aquella época, como el entusiasmo por el surrealismo. 
Al abordar el tema de la influencia en Lorca en Estados Unidos, pensé primero que la obra lírica tiene más importancia que la dramática, pero esto no enteramente cierto, ya que no existe una división palmaria entre la influencia de Lorca como poeta y como dramaturgo. Por ejemplo, la lectura de Poeta en Nueva Yorkinfluye en la obra de Adrienne Kennedy, una dramaturga afroamericana que empieza a escribir en los años sesenta. En New Directions sale una edición de la trilogía rural, Bodas de sangre,Yermay a La casa de Bernarda Alba. Este volumen formaba también una parte de la biblioteca personal de mi padre, profesor de sociología, y supongo que de otros intelectuales de aquella época también. 
La influencia de Lorca sobre la literatura americana no nace de un interés académico, ni se nutre directamente del hispanismo americano de la misma época. De hecho, no hay, realmente, mucha comunicación entre poetas e hispanistas en las primeras décadas después de la muerte del poeta. Para los lectores no académicos, es una figura poética sacada de su contexto original, sin mucha relación con literatura española de su propia época. De hecho, el grado de conocimiento del castellano entre estos poetas es típicamente débil, aunque Blackburn también es traductor de Julio Cortázar. Los estudiosos académicos, en cambio, lo clasifican como poeta de la “Generación del ’27,” pero sin ponerlo siempre en primer plano. Sin embargo, la traducción de otros poetas—Machado, Jiménez, Guillén, Cernuda, Aleixandre—va ampliando, poco a poco, el conocimiento americano de la poesía española moderna.   
Durante este mismo periodo, el estudio académico no se muestra tan fuerte como esta recepción poética. Howard Young, en The Victorious Expression(1966), estudia la poesía de Lorca con la de Miguel de Unamuno, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Se trata de uno de los primeros estudios serios, en un libro académico, escrito en inglés, sobre Lorca. No obstante, Andrew P. Debicki, el crítico más influyente de la poesía española moderna y contemporánea en la academia norteamericana de los años ’60, ‘70 y ‘80, no es muy lorquianoen sus preferencias personales, lo cual contradice un poco la premisa de esta plenaria. Por consecuencia de la falta de interés de Debicki, sus numerosos estudiantes y discípulos tampoco prestan mucha atención al poeta granadino. Guillén, Salinas e incluso Dámaso Alonso reciben más atención de la “Escuela de Debicki.” Por su parte, otro crítico influyente, Philip Silver de Columbia University, se dedica a la obra de Cernuda. 
La explicación de estas reticencias, tal vez, es una divergencia fundamental de perspectivas entre los estudios lorquianos—basados tradicionalmente en la biografía del autor—y la nueva crítica anglosajona, que rechaza la intención autorial. En Lenguaje y poesía, unas conferencias dadas en Harvard, Jorge Guillén ha insistido en la idea de descontar la intención del autor. Esta aproximación tal vez se ajuste bien a un análisis formalista de la poesía del mismo Guillén. (Pensemos en el estudio de Debicki sobre el autor de Cántico.) El lorquismo, en cambio, ha sido mucho más vitalista, mucho más atento a la experiencia biográfica de Federico y al trabajo de archivo. Nunca ha sido posible poner al lado el carisma del poeta. Además, el rescate de los textos mismos ha sido un trabajo de cierta urgencia durante muchos años, si pensamos en obras tan fundamentales como El público, los Suiteso los sonetos.  
 Por otra parte, estudiosos españoles de la poesía española como Ricardo Gullón o Antonio Sánchez Barbudo, de larga permanencia en las universidades americanas, dedican más atención a Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Es una lástima que Lorca no tuviera una acogida crítica a su esta altura durante este período. La ceguera o simplemente la falta de interés de ciertos estudiosos a la poesía de Lorca puede parecernos extraña, pero sucede que estudiar bien a Lorca es mucho más difícil de lo que parece. Yo mismo pensé dos veces antes de convertirme en lorquista, y lo hice solo después de ponderar los problemas del campo. Es como si existiera una especie de barrera invisible, o como si Lorca excediera las pautas de la crítica común y corriente. A mi juicio Lorca pide algo más de nosotros como lectores y críticos: una superación de nuestro propio entusiasmo para alcanzar el nivel de inteligencia poética del propio autor—o por lo menos intentarlo, El entusiasmo ciego no basta, desde luego, pero tampoco es suficiente una crítica académica normal, carente de imaginación poética. Pocos han llegado allí; muchos estudiosos ni siquiera se han dado cuenta de la dificultad de la apuesta.
La figura de Christopher Maurer, profesor en Boston University y miembro correspondiente de la Real Academia Española, merece una consideración especial en mi presentación de hoy, porque participa tanto en el trabajo editorial y de archivo como en la traducción y divulgación popular de la obra lorquiana. Es autor de ediciones de las Conferencias, de la Prosa inédita de juventudy de Arquitectura del cante jondo. Si fuera poco, Maurer también es el traductor del libro sobre Lorca de su hermano, Francisco García Lorca, In the Green Morning, una obra fundamental para entender la personalidad vital y literaria de Federico. En su faceta de traductor y editor, Maurer ha hecho una importante edición de la poesía completa de Lorca traducida al inglés (Collected Poems) y más adelante una selección de este libro (Selected Verse). Sabiamente, Maurer ha seleccionado traducciones excelentes de otros poetas y académicos, dentro de un aparato editorial de máximo rigor. Muy consciente de la tradición americana del lorquismo poético, Maurer ha sabido presentar la obra poética de una forma textualmente responsable, utilizando algunas de las mejores versiones de los textos lorquianos en castellano, y a la vez atento a las expectativas de los lectores angloparlantes. 
Con Andrew A. Anderson, otro de los lorquistas más distinguidos de los Estados Unidos, Maurer ha hecho también una edición de la correspondencia de Lorca y un álbumde cartas y fotografías del viaje del poeta a Nueva York y La Habana en los años 1929 y 1930. Recientemente, Maurer ha editado Streets and Dreams[Calles y sueños] un proyecto de humanidades digitales dedicado a los movimientos de Federico por la ciudad de Nueva York. Es sobre todo el aspecto doble de la aportación de Maurer: por una parte, la labor en los archivos y las ediciones críticas en castellano; por otra parte, la divulgación en lengua inglesa de la obra lorquiana.         
Anderson, un hispanista inglés doctorado en Oxford, ha colaborado con Maurer en ediciones críticas, además de escribir sus propios libros y artículos sobre Lorca y otros temas de la literatura española moderna. Catedrático en la Universidad de Michigan y después en la de Virginia, lo incluyo en esta presentación a pesar de no ser americano de nacimiento, por su más que sólida aportación al estudio y la docencia de Lorca en mi país por la mayor parte de su carrera. Es el autor de catorce libros y ediciones críticas y más de setenta artículos desde los años ochenta hasta el día de hoy.  

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